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¿Capitalismo bajo ataque?

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Jon Tyson

Tom Luigers

Mi vida, al menos en los últimos treinta años, ha estado rodeada de periodistas de investigación. He sido fuente, he hecho análisis e incluso han ganado premios importantes por mis colaboraciones. He tenido la dicha de estar rodeado de los mejores periodistas de investigación y también la desdicha de conocer unos pocos, que son gatilleros del oeste lejano. Pero en su mayoría, actúan apegados al método y a una disciplina cada vez más difícil de encontrar en una industria que ha tenido que reinventarse.

Cuando comencé mi carrera, “The Guardian” en Londres poseía unos 4.400 empleados bien remunerados; diez años más tarde se habían reducido a la mitad y a partir de allí vi a muchos amigos salir de sus puestos de trabajo en los periódicos para convertirse en freelancers; mientras la gran mayoría se tuvo que reinventar hasta nuestros días en los que apenas hay poco más de 800 en las líneas editoriales y de producción. Exactamente dos tercios de los periodistas ya no están, se fueron en la medida en el que el papel desaparecía de los puestos de venta y si bien las compañías no colapsaron, simplemente son hoy distintas, porque el negocio ahora es otro, aunque parezca el mismo.

Lo que no es distinto es el periodismo de investigación. Como he dicho, he sido fuente y también analista; pero si hay algo que tuvieron en cuenta mis amigos investigadores fue siempre la intención de quien filtraba alguna información. Un periódico es un medio y el periodista simplemente un vínculo especializado entre una noticia y los lectores. Un buen periodista de investigación, usualmente recibía en sus despachos filtraciones muy jugosas, sobres con fotografías o grabaciones, documentos privados o incriminatorios de alguien importante que otro quería que fueran expuestos y de allí el periodista acudía al consejo de redacción donde evaluaban no solo la posible noticia, sino el impacto que tendría y, sobre todo, la posible agenda e intenciones de quien estaba filtrándolas.

Cómo bien me explicaron siempre mis amigos, no había nada de investigación en aquello que era calificado en el terreno noticioso como FOUL (fall into your lap) o noticias “que aterrizan en tu regazo” y había que ser muy cuidadosos para que el periódico no cayera en la agenda privada y menos en la política de quien pretendía manipular a su audiencia, causar un daño o cambiar las cosas.

Por regla general, toda revelación de un FOUL siempre termina explotándole en la cara a alguien y los periódicos siempre se han cuidado que no sea en las redacciones. Había sido un gran aprendizaje con el famoso Watergate donde un alto directivo del FBI (Oficina Federal de Investigación), con pocos escrúpulos y mucha ambición, pretendía sustituir a J. Edgar Hoover y al no conseguirlo, optó por demoler la Presidencia de los Estados Unidos.

Que “La bomba no estalle en tu cara” es imprescindible para la reputación de un periódico y en este caso terminó estallando en la cara de quién filtró la información. A nadie le gusta un traidor por más apoyo recibido y así fue tratado el famoso “Garganta Profunda”, que, aunque su identidad no fue conocida por el público hasta el nuevo siglo, si lo fue por los principales lideres republicanos y demócratas tan temprano como a las pocas semanas de la filtración y fue tratado siempre como un traidor, hasta el punto que los demócratas, que ganaron mucho sacando a los republicanos, lo enjuiciaron y murió en un hospicio desasistido y olvidado.

A nadie le gusta una persona que es capaz de sacar la foto de otra persona, para exponerlo a las masas, como a nadie le gusta un traidor que viola los principios más básicos y menos aún que usen las redacciones para eso, mucho menos a los periodistas de investigación. De allí a que todo FOUL fuera tratado con muchísimo cuidado y no en pocas ocasiones, descartado.

Pero estamos en tiempos hipermediáticos y por lo tanto, de Hiper Fouls e Hiper intereses. Solo que ahora los hackers envían sobre el regazo de los periodistas, no una foto, ni un documento, sino terabytes con millones de datos.

Hagamos un ejercicio que haría la generación anterior. Si un grupo de periodistas hubieran visto que en 1989 se filtró una lista con 130 mil de sus colegas y que, al año siguiente, se divulgó otra lista, exactamente con el mismo número: 130 mil. Acto seguido un ingeniero informático de un banco importante en Suiza difunde una lista con ese mismo número, mientras al año siguiente otro más en el principal de Luxemburgo y siguiendo el mismo patrón filtra otra, exactamente con 130 mil cuentas. Estoy seguro, que la inmensa mayoría de los periodistas, viendo el panorama completo, se habrían dado cuenta del patrón y sabrían de inmediato que esa filtración tenía un objetivo y que esos 130 mil estaban bajo ataque.

Y eso es en buena parte lo que sucedió. Los offshore estaban bajo ataque informático generalizado, mientras las cuentas de las principales corporaciones transnacionales, magnates, etc., estaban siendo filtradas a lo largo y ancho del globo, de manera coordinada progresiva y sistemática. ¿Pero por qué de pronto? ¿Cuál era la intención?

Que no se confunda lo que digo. Periodistas como los famosos Bob Woodward y Carl Bernstein de Watergate solo fueron un medio, hicieron muy bien su trabajo, cumplieron con su deber de informar y lo hicieron apropiadamente. Como la mayoría de los periodistas involucrados lo hicieron de manera proporcionada y justa; aunque, en mi opinión y en pocos casos, dude de titulares como que la Reina de Inglaterra -a sus 91 años- supiera lo que hacía uno de sus tantos fondos privados de inversiones y mucho menos que, uno de los innumerables portafolios en los fideicomisos -supervisados por el Canciller del Privy Purse y el tesorero real, incluyera una pequeña compañía de tiendas que aplicaba altos intereses en televisores y lavadoras a algunas familias pobres a las que el Estado le obligó a resarcir esos intereses.

En fin, que un título de una noticia fuera que la archibillonaria reina tuviera una cuenta offshore en la que había invertido dinero para explotar a los pobres, cuando ese mismo fondo tiene más de 600 estructuras de subvenciones y caridad a los pobres por más de 1,4 billones de libras esterlinas, me pareció absurdo. Quizás no estuvo a la altura de una investigación que ameritaba ser vista desde muchos ángulos, más valiosos aún, para comprender lo ocurrido. Pero repito, la investigación general fue justa y necesaria para poner en orden la casa y para atender las dimensiones de un problema mucho más grande de lo que se supone.

Hablamos de un conjunto de grandes filtraciones en los escándalos offshore: Bahamas, Panamá, Paraíso, Pandora, Luxemburgo, Suiza; también en el momento en el que ocurren las grandes filtraciones del Pentágono, el ejército estadounidense, las defensas de Corea del Sur, el partido demócrata, así como las difusiones privadas de los principales líderes y partidos políticos de Europa afines a los estadounidenses, todos y casi sin distinción, con el mismo comportamiento, un agente único con un mismo discurso y modus operandi.

Por eso, luego de haber pasado los escándalos, aquí hay que separar nuevamente a los periodistas de sus “gargantas profundas”. ¿Qué agenda tenían? ¿Cuáles eran sus verdaderas intenciones? ¿Qué o cuantas manos mecían esa cuna?

Cuando leímos en 2017 que los mayores defensores de la secesión en Cataluña fueron las cuentas de Edward Snowden, Julian Assange, Wikileaks y la televisión rusa, para la que trabajaba Assange y se advierte que otro de los filtradores de información de Suiza, trabaja con el partido español PODEMOS, es imposible no intuir que existe una tendencia clara en las “gargantas profundas”.

Pocos periodistas se han atrevido a analizar a estas: “No creo necesariamente que Assange haya sido un agente pagado por los rusos”, advierte el periodista australiano Chris Zappone. “Pero sí pienso que ha sido manipulado por los rusos”; mientras que Catherine Fitzpatrick, analista de “The Interpreter”, considera sin embargo que: “No es una coincidencia que los objetivos de política exterior de Rusia y de WikiLeaks sean los mismos”, advierte.

Pero vayamos aún más atrás, imaginemos que hubiera ocurrido una filtración de documentos del pentágono y los militares, antes del final de la Guerra Fría y que ese analista, luego de hacerlo, hubiera aparecido viviendo en Rusia y naturalizado en ese país. Imaginemos a los periodistas veteranos ver la defensa que hicieron del filtrador los países socialistas prosoviéticos. Lo hubieran calificado con el único titular que cabría adjudicarle, incluidos los términos de “espía” y “traidor”. ¿Entonces “Edward Snowden” es acaso un héroe? ¿Para quiénes? Por supuesto que sabía lo que sucedería si traicionaba a su país, como sabía y estaba consciente del daño que causaría y así se fue a vivir a un lugar “con el que compartía sus valores”, luego de haber sido recibido como héroe por los presidentes de Bielorrusia y los gobiernos del socialismo en América Latina. Cuando el que filtró los documentos de los Panamá Papers, escribe: “La revolución será digitalizada” y redacta “su manifiesto” con terminología marxista y explica que “la desigualdad de ingresos es una de las cuestiones definitorias de nuestro tiempo” haciendo una defensa de sus colegas comunistas. ¿A qué revolución se refiere? ¿Cuáles fueron sus verdaderas intenciones? Cuando el filtrador de los Papeles de Luxemburgo es enjuiciado y quienes los defienden son los partidos comunistas y las principales cabezas del comunismo francés: ¿A qué Libertad hacen referencia? ¿Cuáles fueron sus principales intenciones?

Pero mis viejos amigos de las redacciones se habrían dado cuenta de inmediato de otros detalles.

El Privy Purse son los ingresos privados del soberano británico, principalmente del Ducado de Lancaster. El Canciller del Ducado es el equivalente del presidente de los fideicomisarios. https://fundraising.co.uk/2012/06/07/queen039s-charities-raise-14-billion-according-caf/