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EL FUTURO YA ESTÁ AQUÍ - La información 4.0: una nueva cultura
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- Luis Rivases
Como también explica Seth Godin, la mayoría de los libros que leemos se olvidan, mientras que otros pueden ser mentores temporales, pues la modernidad ha podido arrasar con ellos o una nueva generación no piensa que las ideas, que sus padres consideraban vitales, son siquiera importantes en su presente. Es como el padre o el abuelo que llevó a sus hijos y nietos a ver las nuevas versiones de la “Guerra de las Galaxias” y al salir, las nuevas generaciones no la consideraron algo del otro mundo.
Para comprender la “Guerra de las Galaxias” en todo su esplendor, es decir a las fuerzas oscuras del imperio, había que haber vivido como las generaciones de la plenitud de la Guerra Fría, la humillación de occidente en Vietnam, la masificación de las guerras comunistas del tercer mundo, el surgimiento de las revoluciones socialistas en Irán y del hecho de que la Estrella de la Muerte se sobreentendía, con las 30 armas nucleares que Rusia probaba cada año, con la fuerza suficiente para destruir a todas las ciudades importantes de Estados Unidos.
Aquella generación capaz de acampar durante días a las puertas del cine, con disfraces de los protagonistas, era una que también leía o escuchaba en los noticieros una prueba nuclear rusa prácticamente cada quince días. Solo entre 1970 y 1980, los rusos detonaron 235 artefactos nucleares con diez veces el tamaño de las de Nagasaki. En otras palabras, sea Stephenson o George Lucas, los “mentores” también tuvieron otros que, junto a su realidad, fueron los ingredientes claves para crear sus mundos fantásticos. Y es así como se entiende que Lucas creara “Star Wars” como forma de protesta por Vietnam o tuviera como referencias al Vietcong, los soldados norvietnamitas del Frente Nacional de Liberación de Vietnam que peleaban con palos y piedras contra el imperio, como sus referencias para crear a la resistencia o que al preguntarle a Lucas si el emperador Palpatine fue tomado de Hitler o Napoleón, contestara: “No, era un político. Richard M. Nixon era su nombre. Subvirtió el senado y finalmente se hizo cargo y se convirtió en un tipo imperial y era realmente malvado. Pero fingió ser un tipo muy agradable” .
Por lo tanto, quien iba al cine, como le ocurrió a quienes leímos a Stephenson más o menos en la época, veían parte de su realidad, sus miedos y su mundo plasmado frente a la pantalla o en los libros y al pasar el tiempo, los hijos y posteriormente los nietos, carecían de esa visión de la Guerra Fría, del pánico nuclear y al irse borrando los límites entre las naciones, buena parte de la película carecía de sentido para los más jóvenes, que para colmo veían secuencias de efectos especiales antiguos o personas disfrazadas con trajes de látex o animatronics que para alguien moderno dejaban mucho que desear.
Y eso le ocurrió a Seth Godin con “Snow Crash”, pero al recomendárselo a las generaciones de Internet: “Es un libro tan bueno, pero no puedes dárselo a alguien ahora. Lo he intentado, no funciona”. A las generaciones del Internet of Things y de las redes sociales no les interesa mucho hoy el mundo distopico y el colapso social, tanto como a las generaciones que vivieron la subcultura punk y sus géneros tecnológicos como el Ciberpunk y los ninjas, precisamente porque tienen acceso a la información y a las relaciones sociales mucho más avanzadas que sus padres y abuelos, a lo que habría que añadir, que ya viven en el portal del MetaUniverso.
Pero lo que, sí sigue siendo un argumento poderoso, es que cuando Stephenson creó ese súper poder de información, tuvo que echar mano de los únicos recursos con los que contaba el planeta para darle credibilidad. La gente creía que los órganos de inteligencia tenían toda la información de los habitantes del planeta, porque en aquella época había estallado el escándalo de ECHELON, una red gubernamental de interceptación de comunicaciones masivas, aun cuando se tenía fresco el informe del Comité Church del Senado estadounidense, en el que salieron a la luz todos los intentos para espiar masivamente a los norteamericanos y al mundo.
Por lo tanto, era y es aún hoy en día, una de las ideas más poderosas de Stephenson. Que todo lo relativo al espionaje personal de los órganos de inteligencia, los billones de comunicaciones interceptadas en Echelon, Prim, y todo lo que recopilen la CIA o la NSA y sus pares británicos u occidentales, pudiera ser consultado por corporaciones, junto con todo el material alguna vez escrito por el hombre desde el código Hammurabi digitalizado y accesible, sería la llave que abriría todos los mundos, pues significa tener todo el poder en las manos.
Así que, henos aquí y el mundo ya no es como lo conocemos. La opinión de los milenials sobre la CIA y nuestra propia información, es completamente distinta a la de nuestros padres y abuelos. De acuerdo a una encuesta llevada a cabo en 2020 por el Chicago Council, el 64% de los estadounidenses sostiene que su labor es completamente necesaria y a la pregunta sobre si el espionaje puede ser un riesgo para los derechos civiles, apenas el 14% de los milenials lo consideró verdadero. Y eso es parecido a lo que reflejó la encuesta Gallup sobre las instituciones estadounidenses, un 57% de los encuestados sostenía que la CIA hacía un trabajo bueno o excelente, mientras que solo un 9% lo reprobaba y para 2019 había subido al 60%.
La opinión de los estadounidenses ha cambiado tanto, desde que surgió el escándalo en 2002 sobre las torturas en las bases militares y el traslado de Guantánamo, que durante los siguientes quince años más de dos tercios de los estadounidenses consideraban que no debían cerrar la prisión y hasta al menos 2015, los mismos dos tercios creían que el “interrogatorio duro” de la CIA era aceptable en determinados casos. Hablamos entonces de un cambio radical, pues más de la mitad de la población nació después de la caída del muro de Berlín, el fin de la Unión Soviética, el comunismo europeo y jamás vivió los efectos psicológicos de las más de dos mil pruebas nucleares entre las potencias.
Así que si al transcurrir tres décadas de los grandes cambios, podemos ver que hasta 2015 apenas un cuarto de los estadounidenses, generalmente los mayores de 50 años, consideraban a Rusia como una amenaza seria para su seguridad; por lo tanto todas esas generaciones crecieron sin un enemigo como el de sus padres y abuelos o enfrentados a una ideología empujada por un adversario nuclear y mucho menos enfrentaron una amenaza como la de Adolfo Hitler, al menos hasta la pandemia y la invasión rusa a Ucrania.
Esto también se puede ver en las diferencias de la encuestadora Gallup, sobre si fue o no un error involucrarse en Vietnam. Los padres y abuelos en 1966 pensaban que no, pero al transcurrir tres años cerca del 60% de los estadounidenses habían cambiado de opinión. En cambio, tras veinte años en Afganistán, la mayoría cree que no fue un error; mientras que, la guerra de Iraq cada vez menos personas la consideraban un error; e igualmente en las diferencias de percepción, pues hoy en día los militares están en lo más alto de la confianza, solamente superados por las enfermeras y seis puntos por encima de los médicos .
El segundo elemento de gran cambio fue el educativo. Hoy en día en los Estados Unidos 52 millones de personas alcanzaron un título universitario, 24 una maestría y cerca de cinco un doctorado; entonces cuando dos tercios de una nación poseen al menos un año de educación superior y el 40% ha alcanzado algún título terciario, la opinión es bastante más especializada que aquellos que, en los setenta, aún no habían alcanzado el bachillerato como media educativa.
El tercero llegó con la siguiente revolución industrial, o en nuestro caso con la tercera era de la computación y la electrónica junto a todas las oleadas de innovaciones, haciendo que el trabajo manual evolucionara a la especialización industrial y la labor calificada, generando también un cambio de mentalidad importante. De esta manera una sociedad más calificada y sin enemigos críticos, entendidos estos como aquellos capaces de exterminarlos masivamente o hacerles cambiar su forma de vida radicalmente, como los de sus padres, abuelos y bisabuelos, entendieron su mundo de una manera completamente distinta.
Y a esta sociedad, completamente transformada le llegó un cuarto elemento de cambio, la superautopista de información, Internet y las redes sociales, acabando con los esquemas que habían imperado en el manejo y uso de la información, la prensa, las noticias e incluso el concepto de privacidad. Es decir, en el pasado nuestro álbum de fotos estaba guardado en una repisa y solo se abría para enseñarlo a un tercero, la mayoría de nuestras fotos estaban guardadas, e incluso olvidadas en los cajones del desván. Sin embargo, hoy, firmamos autorizaciones para que sean del dominio público junto con toda nuestra información, generando una cultura nueva y abierta de nuestras vidas e informaciones privadas.
De hecho, esto es un fenómeno interesante, porque en 2018 la encuestadora Gallup informó de que casi dos tercios de la generación milenial consideraban que las compañías que mantienen la privacidad de sus datos, de alguna forma no los mantienen en secreto, lo que es un importante indicador de que la privacidad de las informaciones no es una prioridad en sus agendas y a esto hay que agregar, que el 56% de los americanos declararon aceptar que se consiguieran órdenes secretas de las cortes, para espiar a millones de estadounidenses en busca de potenciales terroristas .
Es así como, en la mentalidad de las nuevas generaciones, se está formando una nueva cultura más abierta, en la que buena parte de los conceptos de privacidad del pasado, comienzan a ser subjetivos, en la medida en que las redes sociales se van haciendo más grandes y con ellas nuestro entorno y la cultura de la popularidad.
En un estudio del Pew Research Center en 2014 se mostró que la principal preocupación de Facebook no solo era que la gente proporciona demasiada información y que usualmente etiqueta las fotos privadas sin solicitar permiso y que además están siendo vistas y comentadas por personas que no se suponía debían siquiera verlas; pero lo increíble de esas cifras es que no representaban un número abrumador de respuestas.
Es tan interesante el fenómeno que, cuando ocurrió la filtración de Edward Snowden, unos pocos miles de manifestantes, que eran principalmente organizados por abogados de los derechos civiles y coaliciones como Ocupa Wall Street, el movimiento antiglobalización y el consejo de relaciones islámico-norteamericanas, se presentaron frente al Congreso y hasta allí quedó todo; pues hasta la página de los organizadores del movimiento “Stop Watching Us” dejó de estar activa al poco tiempo; ya que la gente estaba más preocupada por el clima, el feminismo o el aborto con cientos de miles de manifestantes que colmaron las calles y avenidas o incluso diez veces más personas marcharon para que Turquía reconociera el genocidio armenio que porque la NSA los espiara masivamente.
Por otra parte, si el manejo y uso de la información y las nociones de privacidad se van desvaneciendo en las redes sociales, también ha cambiado la postura hacia organismos como la CIA, que es vista, más bien, como un órgano especializado necesario, más que como una máquina importante de información, como se veía en el pasado porque todos intuimos que, a través de la inteligencia corporativa, podemos recopilar más información que la contenida en muchas investigaciones de esos organismos.
A esto conviene añadir, que las nuevas generaciones han vivido los grandes fracasos de la inteligencia, como el famoso 11 de septiembre que cambió el mundo y también son juzgados equilibradamente por el hecho de que fueran incapaces de prever el colapso de la Unión Soviética o el tema de las armas de destrucción masiva en Irak. Por lo tanto y de cara al metaverso, ni la CIA, ni la Biblioteca del Congreso serían hoy vistos por las nuevas generaciones como instituciones tan idóneas, como en el pasado, para crear el universo informativo hacia el Metaverso.